Una paloma muerta rodeada de moscas al pie de un banco vacío
en un parque desolado. En otro extremo, atada y ondeando al viento, un trozo de
cinta con la que, no hace tanto tiempo, se precintaba este espacio. En este
banco se sentaba nuestra anciana protagonista a dar de comer a las palomas
antes de la pandemia.
Telarañas, el cortometraje, nos habla de ese espacio
vacío en el banco de un parque, es una reflexión sobre la espera de una llamada
y la soledad no elegida, una lacra cada vez más presente en una sociedad
individualista, donde el aburrimiento y el vacío de la ciudadanía son fruto, en
parte, de una intoxicación de estímulos y de una sobrecarga informativa.
De la misma manera en que una araña teje su tela, el
cortometraje va hilando todo lo acontecido durante este tiempo de pandemia. La
estructura del guion se divide en cinco capítulos que van marcando las
distintas fases por las que el mundo ha ido viviendo esta crisis. A cada capítulo
se le ha puesto un nombre que refleja lo que en los siguientes minutos
sucederá, estos son: “Calma”, “Alarma”, “Trampa”, “Caza” y “Presa”.
Telarañas se ambienta en una ciudad española
cualquiera, por medio de viñetas casi estáticas intenta orquestar un irónico y
surrealista relato costumbrista sobre las reacciones de sus habitantes frente a
esta situación: sus impulsos consumistas ante una supuesta escasez de abastecimiento,
sus gestos solidarios para con los más necesitados y sus manifestaciones de
apoyo hacia los que trabajan en primera línea de fuego… en una guerra global
contra un virus, que nos sirve también para desenmascarar a un país cada vez
más polarizado, donde los recelos entre vecinos y diferencias ideológicas son
palpables, mientras todos intentan sobrevivir a un continuo conjunto de medidas
restrictivas en pro de la protección de la salud colectiva.
Telarañas comienza en la Navidad de 2019. La ciudad
se prepara para la Nochevieja. Resuenan noticias lejanas e inquietantes. Pero
aquí la vida sigue sin sobresaltos, la calma que precede a la tempestad, un
sosiego que nuestra protagonista vive un año más con la única compañía de su
pájaro azul enjaulado y de una antigua radio que nos guiará a modo de narrador
durante toda la trama. Otros elementos
nos sirven también como marcador del paso del tiempo: un reloj de péndulo, un
hueso de aguacate que termina convirtiéndose en árbol, un teléfono negro lleno de
telarañas o las manos de nuestra protagonista tejiendo un gran fular rojo como
reflejo de la lentitud de las horas y el hastío por el aislamiento y la
soledad.
Humor y sarcasmo en imágenes de gran fuerza sensorial,
canalizadas por un trabajo de sonido donde se mezclan ritmos de tango y
melodías de réquiem, con un sonido ambiente de tumultos, espacios vacíos y
sirenas de ambulancias, dando como resultado una tragedia colorista que nos
servirá como recordatorio de lo absurdo del comportamiento humano en momentos
de crisis, cuando los anhelos, miedos y contradicciones vibran con mayor
intensidad.
-Se estima que en España más de un millón y medio de
personas mayores de sesenta y cinco años viven completamente solas, y que cerca
de treinta mil personas que vivían en residencias de mayores han fallecido
a causa del coronavirus y otras muchas abandonadas en sus propias casas.
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